Los chicos
van creciendo y empiezan a tener una serie de ocurrencias en las que uno no
sabe si agarrarse la cabeza, si reírse o llorar.
Emi está en
esa etapa en que es una travesura tras otra. Por lo general me lo tomo a risa,
algunas veces tengo menos paciencia, pero suelen divertirme.
El otro día
era una continuación de cosas como:
- Tirar todos los cucharones y espátulas del
cajón (con esto ya convivimos hace rato, hay utensilios por toda la casa
de forma constante).
- Revolver con un cucharón las piedritas
sanitarias del gato (aquí si pegué el grito, me dio un asquito que ni les
cuento.)
- Agarrar la comida del gato y llevársela a
la boca (esto también lo hace seguido, mira con picardía y se ríe cuando o
hace)
- Abrir puertas de alacenas y sacar lo que
encuentre (no hay traba que se le resista)
- Agarrar el trapo de piso y morderlo (¡horrible!.
El grito acá no puedo evitarlo)
- Tirar agua al piso con su vasito (y
después señala lo mojado con carita graciosa)
- Agarrar puñados de comida y lanzarlos (por
lo general come muy bien, pero a veces los alimentos tienen otro destino)
- Meter cosas en el lavarropas (antes de
poner un lavado hay que mirar que no haya nada)
- Treparse a los muebles (implica controlar
siempre por dónde anda para que no se caiga)
Es un mundo
por descubrir sin duda, la curiosidad de los chicos es sorprendente.
Un desafío
para los grandes ir siguiéndoles los pasos.
El otro día
hablaba con unas amigas de que me sentía cansada y no sabía de qué. Me
recordaron que tengo una niña de casi año y medio, y me cayeron todas las
fichas. Es una etapa agotadora y a la vez maravillosa.