Colonia del Sacramento

Hace rato que no escribo ninguna nota relacionada con la sección del blog “Crónicas de viajes” (la cual si no visitaron nunca les invito a hacerlo). Hoy quiero compartir con ustedes el relato de mi última visita a Colonia del Sacramento, en Uruguay. Fue hace rato, a fines del 2009 (creo que es hora de volver a pegarme una vueltita por ahí, ¿no?) pero guardo un hermoso recuerdo de esta ciudad y de su gente.

La primera vez que conocí Colonia fue a mis 13 años. Era también la primera vez que yo salía del país, y momento en que me ocurrió algo muy gracioso con la documentación en migraciones (la anécdota se las contaré en algún futuro post).

Volví ahí un par de veces mas, y la última fue en esta ocasión con mi novio, quien no conocía la ciudad.

Colonia del Sacramento queda en Uruguay, sobre la ribera norte del Rio de la Plata. Fue fundada en 1680, y convoca a muchos turistas por su arquitectura bien conservada. Por esta es que fue declarada Patrimonio Histórico de la Humanidad.

En el casco histórico de la ciudad, las calles son adoquinadas, estrechas, y por sobre todo muy pintorescas. Hay un faro desde el que se tiene una hermosa vista de la ciudad y sus playas, varios museos para visitar, la iglesia, y bonitas casas que conservan su antigua fachada de piedra.

Para llegar allí nos tomamos el Buquebus, que es la empresa por la que por vía fluvial se puede “cruzar el charco” (es decir, el Rio de la Plata) para llegar al vecino país. El viaje es corto y aprovechamos a dormir un poco. Ese día había pronóstico de tormenta fuerte, pero por suerte Uruguay nos recibió con un hermoso sol. Para cuando llegamos, nada mejor que hacer un desayuno tardío frente a la plaza del casco histórico, en un bonito café. Luego si nos dedicamos a recorrer estas callecitas de ensueño.

 Un paseo obligado es subir al faro. Este fue clave en otras épocas, en donde su luz era más que necesaria para los barcos. El rio puede parecer calmo, pero con sudestada nos contaban que se vuelve agitado. Navegar en sus aguas se convertía en proeza, y la luz del faro ayudaba a los navíos a no chocar contra la costa. Múltiples naufragios han ocurrido en estas aguas, y por eso al momento de su inauguración (hace más de 150 años) la noticia fue de alcance mundial.

La ciudad posee ocho museos. En este viaje no fuimos a ninguno, pero yo ya conocía de oportunidades anteriores a la mayoría de ellos. Podemos encontrar por ejemplo el Museo del Periodo Histórico Portugués, el Museo Indígena Roberto Banchero, y el Museo del Azulejo. Este último es realmente especial. Es una pequeña casa de piedra y techos bajos, en donde se exhiben una gran cantidad de azulejos, en su mayoría en colores blanco y azul. Para no perdérselo.

Para la hora del almuerzo, escogimos hacerlo frente al rio. Las playas son limpias y muy tranquilas. Mojamos nuestros pies en agua, e hicimos un pequeño castillito de arena. A la sombra de un árbol descansamos un rato.

Nos dirigimos luego a la plaza de toros del Real San Carlos. Tanto portugueses como españoles (quienes por largos años se disputaron el dominio de la ciudad) se sintieron atraídos por las corridas de toros y el espectáculo que estas generaban. El estadio taurino se inauguró en 1910, con una gran gala. Por un corto período funcionó este lugar, en donde toreros del mundo daban espectáculos para casi 10.000 espectadores, la mayoría provenientes de Buenos Aires y de Montevideo. De origen moro, la plaza tiene estructura circular y una tribuna que la envuelve. La plaza funcionó solo dos años, hasta que una ley prohibió este tipo de corridas. Desde ahí permaneció abandonada, y puede observarse solo desde afuera.

Hasta la plaza de toros habíamos llegado en un colectivo local, pero emprendimos el regreso hasta la parte antigua de la ciudad por el camino de la costanera, de unos 5km. No es muy transitado, pero no por ello deja de ser lindo de ver.

Para ese entonces había transcurrido ya la mayor parte del día, y decidimos pasar el rato que nos quedaba para embarcar de regreso a casa a orillas del rio. Algunas nubes comenzaron a verse en el cielo (la tormenta se estaba anunciando), pero el día había tenido muy buen clima. De hecho, por estar bajo el sol mi novio (que no suele aceptar de muy buen gusto ponerse protector solar) había quedado rojo como un tomate. Por lo menos lo que no había quedado protegido por la remera (se generaba un contraste intenso entre el blanco de su piel protegida y el rojo de lo que había quedado expuesto, que para mi era gracioso).

 Estando ya embarcando comenzó a llover, pero nuestra sorpresa fue al llegar a Buenos Aires, ya que nos enteramos ahí que había estado lloviendo torrencialmente todo el día, con fuerzas de temporal. Había sido una tormenta realmente fuerte, con calles anegadas, árboles caídos. ¡De la que zafamos! Y pensar que muy cerquita, del “otro lado del charco” el clima había estado genial. Tuvimos suerte, y pasamos un día hermoso.

Les dejo algunas fotos que tomamos en esa ocasión.

¿conocen Colonia del sacramento?