Jerez de la Frontera

Jerez de la Frontera es famosa por sus bodegas y también por sus caballos.

La verdad es que el día que ahí estuvimos no vimos ni lo uno ni lo otro. Más bien recorrimos la ciudad, la cual si bien tiene su encanto se podría decir que es la que menos me gustó del viaje.

El hotel estaba en la parte céntrica y era bien tradicional. Esta es una forma bonita de decir que era un poco anticuado, aunque tampoco es que estuviera mal. Para estacionar el auto tuvimos que comprar un bono que nos servía por el día y solo en la calle del hotel, aunque recién conseguimos lugar a unos 600 metros y luego de dar muchas vueltas.

Una vez logrado eso decidimos no moverlo hasta el otro día y dedicarnos a caminar y conocer la zona.

Llegamos a una plaza céntrica con una estatua ecuestre. 

En el Alcázar

 Cerca de allí fuimos a conocer el Alcázar, un sitio muy interesante. Fue levantado en el siglo XII y se trata de un ejemplo de arquitectura almohade.

El molino de aceite del siglo XVIII y los jardines, que recrean la estética palaciega de los jardines de Al-Andalus, se encuentran en el interior del Alcázar. 

 

 Recorrimos los jardines, y subimos a una torre desde donde había vistas de la ciudad.

También hay baños árabes y una mezquita.

 

 Nuestro paseo nos llevó a conocer la catedral. Esta fue construida en el siglo XVII como la Iglesia Colegial, fue elevada a catedral en 1980 y aúna los estilos gótico, barroco y neoclásico.

Luego almorzamos unas tapas sentados al sol. ¡Que placer ver al astro amarillo brillando en el cielo luego de tantos días de lluvia!.

 

 Seguimos caminando hasta otras plazas de la ciudad. En especial llegamos a una en donde se suele realizar cada año la feria del caballo. Ese día el predio estaba muy tranquilo pero pudimos ver algunas de las decoraciones estables, las cuales seguramente deben ser muy vistosas durante la feria.

Así se nos pasó el día por esta ciudad, la cual me gustó pero no me sorprendió demasiado.

Al día siguiente nos tocaba partir para Cádiz y ver el mar.