viernes, 25 de junio de 2021

Reptando por todos lados

La nena tiene ya ocho meses y se lo pasa reptando por el living. Habrá empezado con esto hace un mes atrás. No gatea todavía, apoya la panza y se impulsa con brazos y piernitas. Y toma bastante velocidad, eso hay que decirlo. 


Por ahora lo hace en el living comedor, que es la zona donde estamos la mayor parte del tiempo. Se empecina igual en dirigirse hacia la cocina, pero allí no la dejo entrar porque se encuentran las cosas del gato. Sería un problema que anduviera tratando de agarrar el alimento que este tiene en su platito, o sus piedritas sanitarias. Cada vez que se acerca ahí la agarro y la saco. Le digo que soy el guardia de frontera y que ella no tiene su pasaporte para pasar. ¡Y esto ocurre unas cuantas veces por hora! 

Es frecuente verla bajo la mesa y sillas, y ya está intentando alcanzar cosas que tiene a mano. Poco es lo que hemos dejado, hay una biblioteca con unos libros a los que toca los lomos pero no puede todavía hacer mucho más con ellos. La casa se sigue adaptando para acompañar sus nuevas habilidades. 


Es lindo verla crecer. Entre otras cosas está aprendiendo a incorporarse. Si hay alguien sentado en el piso con ella, se trepa y estando afirmada en la persona se arrodilla o apoya sus pies. Por ahora es un equilibrio bastante precario, pero es la forma que tiene de ir ejercitando esos músculos. 


Todavía no aprendió a sentarse, pensé que para estas alturas ya habríamos tenido algún acercamiento a eso pero se ve bastante verde el tema. Cada chico tiene sus ritmos, no me preocupo. 


Así paso mis días persiguiendo a la bebé por el piso. Con bajas temperaturas en esta parte del planeta, no dan muchas ganas de salir. Estamos en la antesala del fin de semana así que seguramente alguna salida hagamos, más no sea a pasear por los alrededores. 

 

martes, 15 de junio de 2021

En el mes de la fertilidad, un poco de mi camino

 En el mes de la fertilidad, la coordinadora de un grupo de mamás con el que mantenemos una charla semanal me propuso escribir algo sobre mi historia, dado que el camino para llegar a tener la bebé no fue tan fácil.  

Me pareció interesante dado que era poner en palabras el proceso, y además porque si del otro lado hay alguien que está leyendo y que ha pasado o está pasando por algo parecido, siempre puede ser un aliciente. Una esperanza al saber que aunque no todo sea como una lo planeó, muchas veces se logra finalmente cumplir ese sueño. Yo agradezco hoy poder tener a mi hermosa hija en brazos. 


Así que aunque el texto fue pensado para compartir en otro ámbito, quiero dejarlo aquí también en un post. Alguna vez dije que en el blog iba a resumir un poco lo vivido estos años relativo a este tema. Aquí está: 



Siempre supe que quería ser madre. Hubo un tiempo en que eso lo veía para un futuro, primero estaba por ejemplo el recibirme de la facultad, junto a otros proyectos. Con mi pareja nos conocimos cuando ambos estábamos estrenando la treintena, y enseguida fue evidente el deseo de formar nuestra familia. De hecho la propuesta del bebé vino a la par de la del casamiento: en la zona de El Chaltén, frente a una maravillosa laguna y luego de una caminata de varias horas por la montaña, me preguntó si me quería casar con él o si teníamos antes un bebé. La respuesta fue que si a ambas cosas.

Ahí comenzamos nuestra búsqueda de ser padres, enero del 2015. Pero los meses fueron pasando y el bebé no llegaba. El ginecólogo al que yo iba hacía muchos años le quitó importancia aunque por la edad y el tiempo transcurrido debería habernos mandado a hacer algún estudio. Me recomendaron a otro que era especialista en fertilidad, y allí si nos mandaron a estudiar varias cosas. En un espermograma salió que solo el 1% de la muestra era morfológicamente normal, que había poca cantidad de espermatozoides y encima con poca movilidad. Todos valores malísimos. Allí nos derivaron al andrólogo, especialista en los temas masculinos relacionados con la reproducción. Decidimos intentar mejorar los valores con vitaminas y unos preparados especiales que el médico indicó.

El tiempo siguió pasando y las mejoras que conseguíamos eran bastante escasas. En el horizonte estaba el intentar con un tratamiento de alta complejidad, pero yo no me sentía lista para encarar un in vitro todavía.

Lo anímico iba variando. A veces me sentía muy triste porque no se nos daba el embarazo, otras estaba esperanzada de que lo íbamos a lograr.

En el mientras tanto decidimos finalmente casarnos, y también hicimos una serie de viajes lindos. Algo que aprendimos con todo esto es que ayuda mucho el sacar el foco de lo que sentíamos que no teníamos, del bebé que no llegaba, y concentrarnos en todo lo que si existía. El amor entre nosotros, los amigos, la posibilidad de compartir viajes. La vida misma. Entender que había mucho por lo que estar agradecidos.

En un momento cambiamos de andrólogo, y este descubrió una varicocele. Era una punta a la que atacar, ya que eso era operable. Por lo menos era un motivo concreto que explicaba los bajos valores. Y así fue como mi marido se operó. Pero tampoco eso fue solución.

Promediando el 2019 decidimos finalmente consultar por el in vitro. Fuimos a un centro de fertilidad que nos recomendó un compañero de trabajo mío. Allí el proceso fue largo, pero por suerte siempre nos sentimos contenidos. La médica y el equipo fueron muy humanos y nos acompañaron. En el trabajo tuve que comentarle a mi jefe la situación, puesto que todo esto implicaba muchas visitas al centro. Por suerte también tuve apoyo de su parte. Tuvimos que actualizar estudios, gestionar autorizaciones en la obra social, y finalmente estábamos preparados para incentivar los ovarios. Las inyecciones me las aplicaba mi marido. Logramos sacar 19 ovocitos, 11 de ellos maduros. Los fecundaron con una muestra que dejó mi esposo, y cada día nos informaban como avanzaban. Solo 4 embriones lograron llegar a ser congelados.

Por mi edad, 39 años en ese momento, nos habían recomendado realizarles un estudio genético. Esto fue lo único que abonamos, ya que la ley de fertilidad vigente logró que todo lo demás estuviera cubierto. El resultado nos lo dio la médica el día antes de navidad: 3 estaban óptimos, y 1 tenía problemas. Tres chances, nuestro milagrito nos esperaba.

Hicimos la transferencia de un embrión en febrero del 2020. Ni siquiera le comentamos a la familia que ese día era el procedimiento, no queríamos que nadie nos preguntara ni generara ansiedades. Ese mismo día nos dijeron que el embrión que estaban poniendo era de sexo femenino. Si todo funcionaba allí estaba mi soñada niña. Un poco de ansiedad, pero también gran alegría y expectativa.

A las dos semanas un análisis de sangre nos confirmaba la feliz noticia: estaba embarazada. A cinco años de comenzar la búsqueda, allí estaba creciendo la vida dentro mío.

Hicimos la ecografía donde escuchamos su corazoncito latir. ¡Cuánta emoción! Lo pudimos contar personalmente a los abuelos. Y luego llegó la pandemia, lo que obligó a llevar el embarazo en bastante soledad. Por otro lado tuvo lo positivo de que fuera bastante resguardado, sin moverme de casa con una panza pesada a pesar de trabajar hasta el último momento.

En octubre 2020 llegó finalmente al mundo la pequeña Emilia. Una gran bendición, y el sentir que todo lo pasado había valido la pena. Dimos comienzo a la aventura de la maternidad.

De todo esto mi recomendación para el entorno de una pareja con infertilidad, es que es importante acompañar sin entrometerse. Es algo muy personal, cada uno lo vive de manera diferente. Ser empático, no juzgar, no minimizar el dolor.

Y para aquellas a las que les tocó transitar este camino, no bajar los brazos, pero al mismo tiempo permitirse disfrutar la vida como es. En una está en gran parte el elegir como lo transita. El dolor es real, pero el sufrir es opcional. Si tiene que llegar lo hará en el momento adecuado, pero no hay que dejar que se pase el tiempo sin vivir realmente.